dimarts, 31 de desembre del 2019

Birmania-Singapur: Epílogo

Epílogo

¡He viajado a Júpiter y no he encontrado a nadie!

He viajado y he visto, pero ¿el viaje ha cambiado mi vida? Sería presuntuoso afirmar que un viaje cambia mi vida. No dudo que los inmigrantes que huyen de la guerra, la miseria, su viaje en patera, pueda cambiarles la vida. Demasiados muertos guarda el Mediterráneo, pero los que son capaces de llegar y tienen la suerte de poder quedarse, a estos es posible que les cambie la vida.








¿En qué ayuda un viaje a configurar nuestra experiencia de lo que somos?  Cada uno debería responder a esta pregunta. Mirar a la gente de otro país, con una biografía distinta a la tuya, con una experiencia diferente a la tuya, con una historia diferente, cuando cruzas la mirada, lo que ves en general, es lo mismo que aspiramos todos, un anhelo de vivir con dignidad. En Birmania he visto esas miradas que aspiran a lo que todos aspiramos, una vida mejor. Sus caras expresivas, sus sonrisas, ante un extranjero que visita su país, hacen que se abran futuros. Una niña que es capaz de decir con naturalidad que “vende bueno, bonito y barato” en castellano, es muestra de una inteligencia emocional formidable.  No debería estar vendiendo baratijas, sino en la escuela. Diversidad de estilos de vida, campo y ciudad, y nosotros los turistas paseándonos por medio país en busca de experiencias, midiendo las distancias entre ellos y nosotros.





Viajar es agotador, en clave turista, no hay tiempo para haraganear. Demasiadas cosas en demasiado poco tiempo. No hemos podido entrar en la cotidianidad de esas personas con la que nos hemos cruzado. El idioma es un obstáculo. Es evidente que hay diferencias abismales entre el campo y la ciudad. Diferencias que las podemos entender desde nuestra perspectiva occidental. Hemos entrado en pagodas y templos, hemos contemplado a cientos de Budas. Hemos visto la devoción de la gente ¡Claro que hace pensar!

Hemos visto “el progreso” pero también la tradición. Fascina esa tradición que en occidente estamos perdiendo a marchas forzadas. El progreso se nota en las ciudades, muy parecidas a las nuestras, tráfico intenso, aglomeraciones. Todas las ciudades se parecen. La globalización equipara Yangon (Rangún) o Singapur o Barcelona. Cada una tiene su propia personalidad, pero la lógica de la globalización es que desaparezcan estas diferencias. 



¿A qué se dedica esa persona que cruza la calle? No lo podemos saber, no le hemos preguntado. El turismo crea trabajo, pero no necesariamente riqueza. La riqueza del país, está siempre en la gente. Singapur es rica, mientras que Birmania es pobre. ¿A qué se debe semejante desajuste? Birmania posee materias primas de las que carece Singapur. Prosperidad no supone distribución de la riqueza. El abismo entre ambas sociedades no se debe a la religión, ni al clima, ni a las materias primeras. El abismo se halla en la cultura política y económica. Es cierto que Singapur es una ciudad-estado, su capital principal es la gente. El capital humano. Si Birmania quiere prosperar deberá invertir en educación, sanidad, infraestructuras. Al lado del capital social, se requiere de una economía capaz de redistribuir la riqueza, no a unas élites –el ejército-, sino a toda la población. Combinar intervencionismo y economía de mercado, siendo el objetivo, algo que parecen haber olvidado nuestro gobernantes, el bienestar de los ciudadanos.

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