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dilluns, 12 de desembre del 2022

Reseña: El apagón de luces (II)

  La democracia como materialización de un modelo de razón



La denominada “eclipse de la razón” (pág.20), se debe al “déficit de racionalidad” (pág.20) que se ha producido dentro del espacio público –ámbito que afecta a la ciudadanía en su vida diaria-. Si la democracia es también deliberación, espacio de diálogo entre diferentes opciones políticas, lo que supone una racionalidad de medios y fines, eso que algunos denominaban razón deliberativa –contrapuesta a la denominada instrumental- cuando esa razón deja de existir, lo que se pone en peligro es la propia democracia. Es en este contexto donde las propuestas “populistas” apelan a esa “fuerte emotivización política” (pág.20) que nubla la razón. Manuel Cruz nos exhorta a recordar que “lo específico de las democracias deliberativas es, precisamente, que la decisión se encuentra al final del recorrido nunca al principio” (pág.20).

Existe la idea de que la política como espectáculo esconde en el fondo que “el poder real se encuentra en otro lugar” (pág.20). Existe una doble moral, en el sentido de responsabilidades, elevadísimas si nos encontramos con los políticos y los poderes en la sombra. Las críticas aceradas de unos –la clase política- contrasta con la adulación o exculpación de los poderes económicos, por ejemplo.

Cruz puede afirmar que “el desmesurado auge de una determinada forma de racionalidad, la instrumental, ha sido en detrimento de la otra, la dialógica o deliberativa” (pág.21). Desgraciadamente, esta dicotomía entre razón substancial –tiene en cuenta principios y reglas éticas sobre las consecuencias de las acciones y la razón instrumental –que se propone alcanzar fines sin importar los medios para alcanzarlos-. A pesar de lo que pueda decirse de ambas razones, lo cierto es que ambas operan en zonas grises, lo que acarrea dificultades no de principios, pero sí en las aplicaciones prácticas.

El eclipse de la razón vendría a ser sustituido por una “nuevo sentido común”, como antídoto contra la política. Sin embargo, ese “sentido común” no es más que ideología del statu quo. Cruz, menciona a Margaret Thatcher como el símbolo de ese “sentido común”  como una amalgama de “conservadurismo moral inglés y la ideología del libre mercado” (pág.22).

El “sentido común” supone la cancelación de los grandes relatos de emancipación. Como dice Cruz, la consigna sería: “esquivemos el debate de ideas” (pág.22). Como todo esta “patas arriba” (Eduardo Galeano), “los que no se metían en política se han visto reemplazados por quienes se meten en política...supuestamente sin opiniones políticas, esto es, tan solo armados de las categorías, según ellos incuestionables, del sentido común” (pág.23). Hoy, esa papilla ideológica, se hace dominante en perjuicio del debate (deliberación) de ideas.

En opinión del autor, una determinada izquierda, se ha lanzado a “librar la batalla de las guerras culturales” (pág.23), en sustitución de los proyectos de emancipación, busca nuevos electores que sustituyan a los desencantados o simplemente, de aquellos que se han acomodado a los nuevos aires que soplan. Se sustituye así, los debates sobre economía (de mercado) en beneficio de la ampliación de nuevos derechos “(feminismo, derechos LGTBI, derechos de los animales, ecologismo, nuevos lenguajes inclusivos...)” (pág.23). Una deriva de ese nuevo “sentido común”, tiene que ver con la apropiación de la derecha de temas que anteriormente, utilizaba la izquierda. 

Se diría que en la actualidad, la izquierda, busca en sectores de los nuevos derechos, al viejo sujeto de la revolución, el proletariado se ha esfumado –no es cierto, pero ha sido seducidos al parecer por cantos de sirena que vienen de la derecha extrema y extrema derecha-. Ello supone que ser el concepto de clase, que había sido utilizado como herramienta conceptual, sea en la actualidad objeto de burla o de menosprecio. La derecha plantea “valores posmaterialistas en términos directamente posideológicos” (pág.24). Como la derecha rechaza cualquier cambio en el orden económico –desigualdad social, precariedad y control social-, solo puede ofrecer cambios en los valores culturales imperantes, además en clave tradicionalista. Los debates que la derecha plantea, son sobre cuestiones como la “sexualidad, la moralidad o la religión” (pág.25), temas que se abordan no desde el debate sosegado de ideas, sino desde una perspectiva eminentemente emocional.  La derecha quiere marcar diferencias con la izquierda precisamente en esos ámbitos. Según ellos, estos temas tienes un fundamento en el “nuevo sentido común”. Según la derecha hay que despolitizar estos temas, e introduce inmediatamente, la vena emotiva, el ser o no ser de cada individuo. La figura de la víctima aparece como agraviado ante la falta de sentido común de aquellos que se atreven a cuestionar los valores de “siempre”. La derecha ha conseguido, desviar la atención, sobre las cuestiones materiales –la economía- y trasladar la batalla ideológica al plano de cultural.

Esta batalla cultural, está llena de desaguisados conceptuales. Así, por ejemplo, si soy blanco, heterosexual, puedo ser desautorizado por criticar el comportamiento, de las mujeres que llevan velo, en nombre de la religión musulmana. Porqué, ¿quién soy yo para llevar a término tal crítica? 

Uno de los instrumentos de la revolución thatcheriana, fue vender la idea de libertad. El credo neoliberal, decía que cuanto menos Estado, mayores cotas de felicidad individual y progreso social podía llegar aspirar cada ciudadano, sin la losa de la burocracia que ahogaba la creatividad individual. Este dogma caló de forma inesperada, obligando a la izquierda a batirse en retirada. La idea de igualdad quedó difuminada por la exaltación de la individualidad. El concepto de clase quedaba clausurado. 

Manuel Cruz, utiliza el concepto de interseccionalidad –Kimberlé Crenshaw- para “expresar la idea de que, a la hora de analizar situaciones de desigualdad y de organización del poder en una sociedad, resulta más esclarecedor entenderlas como derivadas no de un único eje (y tanto da, a estos efectos, que sea la raza, el sexo o la clase) sino de la interacción de muchos que trabajan de manera conjunta y se influyen mutuamente”pág.27). Según este concepto de “interseccionalidad”, cualquiera que se deja algún elemento se desliza hacia el sectarismo. El concepto de “interseccionalidad”, me parece más bien un recurso narrativo, que conceptual. Se hace evidente, que el concepto de clase, tenía sentido en un mundo sólido, frente al mundo líquido en el que estamos inmersos. Los referentes como Habermas, Foucault, no son de gran ayuda. Si lo pueden ser Byung-Chul Han, Zygmunt Bauman o incluso Richard Rorty. 

Las batallas culturales, al decir de Cruz, la izquierda ha salido perdedora y “estaría constituyendo el principal obstáculo para su regeneración y crecimiento” (pág.28).