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dilluns, 15 de maig del 2023

La natura necessita reciclar-se

 Llegint “La condició humana” (1958) de Hannah Arendt, trad. Oriol Farrés, Empúries, labutxaca. Barcelona 2021, al capítol III. El treball, diu el següent:

“De ben segur que aquest aspecte destructiu i devorador de l’activitat laboral només és visible des de la perspectiva del món i en contrast amb l’obra, que no prepara la matèria per a la incorporació, sinó que la canvia i la converteix en un material per tal de treballar-hi i, en acabat, utilitzar el producte final. Des del punt de vista de la naturalesa, allò que és destructiu és l’obra més que no el treball, ja que el procés de l’obra arrenca la matèria de les mans de la natura sense retornar-la al curs ràpid del metabolisme natural de l’organisme viu.” (pàg.115)




Aquest fragment, apunta una qüestió substancial –la distinció entre treball i obra (ponos i ergon) evoluciona a través de les distincions entre animal laborans i homo faber (“el treball del cos i l’obra de les mans” pàg.100 ) i treball productiu  i improductiu, entre treball manual i intel•lectual-, aquestes distincions, Marx, per exemple, eleva la distinció entre treball productiu i improductiu com eix de la seva metafísica del treball: “la creació de l’home a través del treball” és una constant en el seu pensament.

Si no volem destruir la natura, que estem en condicions de fer-ho, caldrà una autèntica revolució en la nostra capacitat de treballar. El nostre sistema actual –capitalisme financer- malgrat que mou diners en quantitats ingents, encara necessita de la transformació de la natura per satisfer les nostres necessitats. Tenim que respondrà a la qüestió fonamental: Fins a on volem arribar en la destrucció de la natura?


dilluns, 16 de gener del 2023

Reseña: El apagón de luces (X)

 Nadie es de una pieza (ni siquiera los malos)*




Hannah Arendt y su desconcertante  y provocadora afirmación, “según la cual el padre de familia es el gran criminal del siglo XX”, (…) sino que constituye la aplicación del mencionado principio general acerca de la complejidad de los sujetos (lo que, a fin de cuentas, no deja de ser otra forma de reiterar que nadie es de una pieza)” (pág.161)

Manuel Cruz, constata la “obviedad” que nadie nace ni como víctima ni verdugo (pág.161). Ni que ser alguien que ha sido maltratado, puede el mismo ser un maltratador. La complejidad de la vida humana, de los individuos, hace que nadie sea bueno de una pieza hasta su muerte o al contrario, nadie que sea malo lo sea hasta el final. La inversión moral que vivimos en la actualidad, hace que se personalice –el agente del mal- y la víctima de ese agente. Cruz habla de las “figuras de la maldad –el pederasta, el terrorista, el violador, el fanático religioso,… serían algunas de esas figuras, que habrían sustituido a las ya caducas, como serían la del loco, el comunista, el ateo, entre otros, cuya antigua capacidad de generar espanto es la sociedad de hoy apenas nos merecen una displicente sonrisa.” (pág.156)

La novedad consiste no tanto en la acción, en el hecho punible, sino en el agente que lleva a cabo dichos actos. Convirtiéndolo en un signo del mal, para siempre. Dependiendo de las circunstancias políticas, sociales, mediáticas, las nuevas figuras del mal son recicladas para establecer una brecha insalvable entre ellos y nosotros los buenos ciudadanos.

Para el autor, subversión de los valores, consiste en que “han caducado los viejos buenos (los que defendían una específica idea del bien y, en nombre, llevaban a cabo actos buenos): ahora resulta que los nuevos buenos son, sencillamente, los damnificados por la maldad.” (pág.163) 

La nueva categoría de bueno se halla en la víctima, o “casi-víctima” (“estuve a punto de que me ocurriera lo mismo”) (pág.163). La nueva aureola de la víctima convierte a cualquiera en héroe o cuasi-héroe. ¿Qué está pasando aquí?

Cuasi-víctima fuimos todos los ciudadanos que vivimos el terrorismo de ETA, pero eso, no nos daba ni nos da, una plus de heroísmo, ni respetabilidad automática, ni nos da superioridad moral sin más, ni voces de infalibilidad. Las víctimas de ETA no fueron héroes, más allá de excepciones, ni luchadores por la libertad ni toda esa retórica que se decía en los funerales. Los actos terroristas, eran crímenes, como lo son los feminicidios que en la actualidad, superan ya los asesinatos de ETA. ¿Han tenido la misma repercusión, el mismo rechazo, el compromiso social y público que se requiere?

¿Qué clase de descargo llevan a cabo las figuras de maldad para sus acciones? La idea de responsabilidad queda descartada, pues, nadie reconoce hacer el mal. El mecanismo de defensa consiste a su vez en convertirse en víctima. En el modelo de feminicidios, los “presuntos” homicidas, prefieren la muerte que asumir sus responsabilidades en un juicio público. Pero no todos realizan ese gesto, sino que demasiados prefieren culpar a la víctima, victimizándose a sí misma.

 Las figuras del mal, achacan la responsabilidad no a ellos, sino directamente a la propia realidad, y solo subsidiariamente, a ellos mismos, como padres putativos. La primera figura de esa realidad es por supuesto, la sociedad y su desorden –capitalismo-. Porque como dice Cruz, estos “partidarios de la realidad certifican lo que venimos diciendo: ‘esto es lo que hay’, ‘son las reglas de juego’, ‘no he inventado yo el sistema’, ‘si no lo hago yo, lo hará otro’, ‘ya me gustaría, ya, pero las cosas son así’ etcétera.”(pág.165). Desde esta perspectiva, las figuras del mal solo son cómplices de la realidad (pág.166).

Como subraya Manuel Cruz, “el malo de veras preocupante (…) no es el sádico patológico que disfruta infligiendo daño, sin duda existente pero minoritario, sino el desalmado que considera una contingencia o una fatalidad el sufrimiento ajeno, pero en ningún caso algo que se le pueda imputar, por más que sea él quien efectivamente lo ha provocado. Quién debería generarnos mayor temor es el cínico que vive convencido de que el bien se hace, pero el mal, sencillamente, tiene lugar.” (pág.166)

En esta deriva moral de nuestra sociedad, la figura del mal –la manada- hace pasar como algo querido por la víctima, y un coro mediático se hace eco de los pormenores escabrosos que ha tenido que soportar dicha víctima y su familia. La responsabilidad individual queda difuminada y sólo se focaliza a la víctima como un obscuro poder que ha convocado a los agresores.