dijous, 12 de gener del 2023

Reseña: El naufragio de las civilizaciones (VI)




“Cuando, en la década de 1960, abrí los ojos para mirar el mundo que me rodeaba, Beirut había empezado a suplantar a El Cairo como capital intelectual del Oriente árabe. (…) Por ello, -el poder absoluto de Nasser había silenciado las voces disidentes en Egipto-, el “ágora” de los debates árabes se había desplazado a un terreno neutral donde no causaba estragos ninguna autoridad represora”. (pág.57)

“Pocos recuerdan la época en que ese país –Siria- contaba aún con prensa independiente, elecciones libres y un amplio abanico de partidos políticos”. Pero, en 1949, “tuvo lugar en Damasco el primer golpe de Estado”. (…) Pero en agosto lo derrocó otro golpe de Estado y lo ejecutaron sumarísimamente. Luego, en diciembre, derrocaron también a su derrocador y murió asesinado a continuación, pocos meses después…” (pág.58)

“Tras 1949, el año de los tres golpes de Estado, la democracia no volvió nunca a imponerse en Siria. El país no ha tenido ya más que una triste y frustrante alternancia de períodos de inestabilidad y períodos de dictadura. Y, con cada convulsión, los perdedores iban a desterrarse al Líbano (…).” (pág.58)

“Hubo durante décadas entre Damasco y Beirut un flujo continuo de refugiados, algunos de los cuales, que pertenecían de entrada a la elite siria, pudieron integrarse sin dificultad en la elite del país de acogida. A nadie escandalizaba enterarse de que tal poeta, tal actriz, tal compositor, tal ministro o tal presidente libanés había nacido en Damasco, en Alepo o en Latakia y no en Beirut o en Tiro”. (pág.59)

“(…) El Líbano desempeñó durante mucho tiempo el papel de tierra de asilo para los “malqueridos” de oriente Próximo. De forma parecida, hasta cierto punto, a lo que hizo Egipto hasta la década de 1940.” (pág.59)

“El cosmopolitismo a lo egipcio tenía que ver con la larga tradición de las “escalas”, esos emporios donde los súbditos europeos gozaban de la protección de los cónsules de las potencias en virtud de tratados desiguales que se le habían impuesto antaño al “hombre enfermo” otomano”. Explica el caso del asesinato de Salomon Cicurel en 1927. 

“El caso tuvo gran repercusión. Algunos intelectuales  egipcios conocidos tomaron la pluma para denunciar una situación aberrante que situaba a los súbditos extranjeros por encima de las leyes y les daba a todos y cada uno algo así como una inmunidad diplomática, por no decir una garantía de impunidad.” (pág.60) En el caso comentado, de los cuatro acusados, dos eran italiano y otro griego, fueron entregados a las autoridades italianas y griegas, el cuarto, un “tal Dario Jacoel a quien los documentos de la época señalan como “judío apátrida”, lo juzgaron y lo condenaron -a la horca-“ (pág.60).

De esta práctica “colonialista”, tuvo efectos en Irán. “La ruptura entre el ayatolá Jomeini y el régimen del shah se consumó el día en que el monarca aceptó, en 1964, a petición de Washington, que a los militares estadounidenses que estaban en Irán no pudiesen juzgarlos nunca los tribunales locales. (…) pero la rabia por la extraterritorialidad de que gozaban los occidentales fue, indudablemente, un factor determinante. No fue, por lo demás, una casualidad que una de las primeras cosas que hicieron los militantes revolucionarios iraníes fuera hacer caso omiso de la inmunidad de la embajada estadounidense y convertir a los diplomáticos en rehenes” (pág.61).

Dice Maalouf, “se trataba ante todo de un acto de rebeldía con un ‘orden mundial’ que llevaba siglos imponiéndose y que instauraba de forma a veces explícita y a veces implícita una jerarquía entre los pueblos y entre las culturas, con los occidentales entronizados en el peldaño más alto” (pág.61).

“El destino del Egipto de mi familia materna era venirse abajo. No era ya sino una supervivencia, el testigo agonizante de una época ya concluida. Nasser le disparó el tiro de gracia y no volvió a levantarse.” (pág.62).

Maalouf, explica el caso del Líbano. Dice: “El objetivo de los fundadores del país fue organizar la convivencia y mantener el equilibrio entre las comunidades religiosas locales: maronitas, drusos, sunitas, chiitas, griegos ortodoxos o griegos católicos; y también armenios, sirios, judíos, alauitas o ismailíes” (pág.63).

Uno de los males del Líbano y que acabaría costándole caro fue la costumbre de “buscarse protectores fuera del país para reforzar su posición interior” (pág.63). Así, “los maronitas se vincularon a Francia, y sus rivales, los drusos, entraron en contacto con Inglaterra. Los sunitas contaban con los turcos; los ortodoxos con los rusos; y así sucesivamente” (pág.64).

“Cuando, recién terminada la Primera Guerra Mundial empezó a desintegrarse el impero de los sultanes, los dirigentes de la Iglesia maronita hicieron cuanto pudieron para que la potencia mandataria en su territorio fuera Francia y para que trazase las fronteras de un nuevo Estado donde pudieran sentirse en casa. Así nació el Líbano con sus actuales límites” (pág.64).


Amin Maalouf, El naufragio de las civilizaciones. Trad. María Teresa Gallego Urrutia. Biblioteca de autor. LB Alianza editorial. Madrid, 2ed 2022. 


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