diumenge, 24 de juliol del 2011

Tragedias globales


Leyendo las páginas de los periódicos la sensación de catástrofe parece apoderarse de todo el escenario mediático. La tragedia de Utoya (Noruega) deja un balance sobrecogedor de 85 jóvenes muertos, amén de otras 7 en el atentado bomba en el centro de Oslo. ¡Qué nos está pasando? Noruega es uno de los países más igualitarios del mundo. Pero el discurso xenófobo también cala en sociedades que han construido un modelo de sociedad basado en la cooperación y solidaridad. La erosión de esos valores a través de discursos incendiarios hace posible que alguien los pueda tomar en serio y pase a la acción. No sé si ha sido obra de una o varias personas, descartada momentáneamente , la acción islamista, queda la sensación atroz que el asesino no tiene la piel oscura sino que es uno de los “nuestros”. Con semejantes amigos ¿por qué preocuparse de los enemigos? Muerte, desolación y perplejidad debe atenazar esa sociedad que es modelo del Estado del bienestar y que debe preguntarse angustiada ¿qué hemos hecho mal? Lo que si queda claro tal como ha declarado el primer ministro Stoltenberg que la respuesta debe ser más democracia. Puede parecer retórica, pero esconde un mensaje importante: si el miedo nos atenaza la democracia corre el riesgo de verse hundida por la obsesión de la seguridad, y en este caso, quien ha asesinado a inocentes con el pretexto del odio, habrá ganado.



El hambre asola el cuerno de África. Somalia, en el epicentro del desastre humano. La falta de agua -una sequía con tintes bíblicos- de manera inmediata y la ausencia de estado que intente mejorar la vida de sus ciudadanos hace que el paisaje humano se llene de niños hambrientos y que mueran ante la impotencia de sus madres. Unos territorios dejados de la mano de los Organismos Internacionales, envueltos en guerras intestinas, en los que nunca faltan armas, vuelve a primer plano para mostrarnos de la peor manera posible, nuestro fracaso como Comunidad Internacional, que cientos de miles de niños puedan morir de hambre en pleno siglo XXI. ¡No es para indignarse!



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